49. Con muchísima frecuencia, desde muy niño, acompañado de mi hermana Rosa, que era muy devota, iba a visitar un Santuario de María Santísima llamado Fusimaña, distante una legua larga de mi casa. No puedo explicar la devoción que sentía en dicho Santuario, y aun antes de llegar allí, al descubrir la capilla, yo me sentía conmovido, se me arrasaban los ojos en lágrimas de ternura, empezábamos el Rosario y seguíamos rezando hasta la capilla. Esta devota imagen de Fusimaña la he visitado siempre que he podido, no sólo cuando niño, sino también cuando estudiante, sacerdote y arzobispo, antes de ir a mi diócesis.